jueves, 5 de marzo de 2009

Entre dos mundos

Año pasado, varios de los niños del colegio de Altos de Cazucá fueron visitados por sus padrinos provenientes de varias partes del mundo. Andreas Becker fue uno de ellos y envió un testimonio muy conmovedor acerca de lo que significó en su vida el viaje y compartir con Carolina y los demás niños y niñas de la Institución Educativa Gabriel García Márquez en la sede Minuto de Dios.

Entre dos mundos

Por: Andreas Becker

Durante los últimos 20 años he visitado muchos países, he viajado por paisajes y geografías espectaculares y emocionantes. He conocido muchas ciudades, personas interesantes, nuevos amigos. Y aunque en esos viajes he podido vivir muchas aventuras, nunca había tenido la necesidad de escribirlas y publicarlas. Esta vez fue diferente.

En octubre de 2008 viajé a Bogotá. Se preguntarán: ¿cómo puede alguien viajar voluntariamente a Colombia, un país que reúne excelente café, tráfico de drogas, guerra de guerrillas y secuestros? La razón es bastante simple, desde enero de 2008 he asumido el patrocinio de Carolina que es una niña de 15 años que vive en el barrio Altos de Cazucá.

Llegué a Colombia vía Nueva York. Aparte de algunas personas que conocía a través del correo electrónico y del teléfono, mi primer contacto con un colombiano fue Edna, quien regresaba como ciudadana estadounidense a su país de origen después de diez años. Edna me ofreció ayuda en los trámites del aeropuerto y por si acaso, me dio toda una lista de códigos de conducta para Bogotá, además de una lista de frases importantes para viajeros.

El barrio Altos de Cazucá donde vive mi ahijada se extiende a lo largo de las laderas de las montañas de de Soacha limitando con el sur de la ciudad de Bogotá. Miles de familias procedentes de zonas rurales de Colombia víctimas del conflicto han sido desplazadas y se han establecido en los barrios marginales como éste. Viven en chozas o simples casas de ladrillos, sin servicios básicos en muchos casos, y con el temor constante del pasado.

Llegar al barrio implica subir una empinada colina. La escuela primaria de El Minuto de Dios es un pequeño punto brillante en esta pesadilla de viviendas apiladas, basura y suciedad. La escuela existe desde hace varios años, pero fue sólo cuando la Fundación Pies Descalzos en 2006 asumió su manejo como un proyecto educativo integral, que ha mejorado considerablemente la situación.

Hoy en día la escuela tiene aulas bien construidas, una biblioteca, salas y baños. Para la mayoría de los escolares, la pequeña merienda y el almuerzo que les dan en la cocina de la escuela es la única comida del día. Una segunda escuela, el Colegio Gabriel García Márquez, también en Altos de Cazucá, ofrece a más 1.500 niños educación y nutrición equilibrada. A pesar de la gran labor de Pies Descalzos, y la mejora significativa de la situación de algunos niños no podemos pasar por alto el hecho de que todavía queda mucho trabajo por hacer: más de 9000 niños de los Altos de Cazucá están a la espera para uno de los codiciados puestos en las alguna de las dos escuelas.

En la escuela El Minuto de Dios, me reuní por primera vez con mi ahijada Carolina. Su vida cotidiana es claramente distinta a la de un adolescente en Alemania. Por ejemplo, una de sus tareas antes de ir a la escuela es prepararle el desayuno a su pequeña hermana; en la tarde tiene que hacerse cargo de las labores domésticas. Quizás uno de los momentos más emotivos que viví con ella fue saber que hace dos semanas durante un viaje escolar, nadó por primera vez en una piscina. Para la mayoría de nosotros resulta increíble que una persona de 15 años nunca haya hecho esto, y para mí en particular, fue un punto de reflexión acerca de la vida privilegiada que he tenido. Me hizo pensar si en realidad la ayuda que mandamos los padrinos es suficiente o si vale la pena. Tuve una sensación de vergüenza por haberme gastado tanto dinero en el viaje a Colombia, sabiendo que muchos niños hubieran podido beneficiarse con ese dinero. A pesar del panorama prometedor de Altos de Cazucá, estaba deprimido.

En los siguientes días visité las oficinas de Pies Descalzos en Bogotá y les hice esa pregunta. Con franqueza y la transparencia contestaron todas mis inquietudes. Me contaron de la labor en las escuelas en Quibdó y Barranquilla y de los proyectos anexos como los Centros de desarrollo comunitario. Entendí que mi visita había sido la decisión correcta, porque es un canal para comunicar los desafíos que quedan por resolver y que todos los niños en Colombia puedan disfrutar de una educación de calidad. Para mí el viaje significó entre otras cosas escribir este artículo y que gracias a él más gente se comprometa a ayudar.

Quisiera concluir contándoles que fue imposible para mí cumplir con la más importante de las recomendaciones de Edna: ser discreto. Con casi 2 metros de altura y el color de mi pelo era imposible pasar inadvertido. Sin embargo, debo reiterar que estoy en contra de todas las dudas y los prejuicios sobre Colombia, pues conocí gente muy amistosa y amable, además viví muy buenas experiencias.

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